Patalavaca, ejemplo de transformación del
paisaje litoral
Este ejemplo, localizado en el suroeste
de la isla de Gran Canaria (Islas Canarias), representa una muestra de la
transformación sustancial que la actividad turística puede realizar sobre un
paisaje litoral. Acantilados y vertientes desmontadas, playas e “islas”
artificiales, muelles y paseos marítimos, infraestructuras viarias, hoteles y
apartamentos, han modelado un nuevo paisaje donde se estiman densidades de
hasta 368 plazas turísticas por ha. Este proceso de ocupación territorial,
iniciado a finales de la década de los sesenta del siglo XX, continúa
actualmente incentivado por la especulación inmobiliaria
El área
considerada, entre Patalavaca y el barranco de Balito (municipio de Mogán), se
localiza en el suroeste de la isla de Gran Canaria. Está ubicada entre las
desembocaduras de tres barrancos, labrados en los materiales volcánicos que
formaron la parte más antigua de la isla, y los acantilados marinos que las
separan. Estos valles encajados y erosionados, con escasos recursos
hídricos y edáficos, representaron un área de difícil explotación para la
sociedad agraria tradicional. Por ello, hasta la mitad de la centuria
pasada, el poblamiento fue escaso y la explotación de los recursos
limitada: las laderas se destinaban al pastoreo extensivo, mientras que los
fondos de los valles y las laderas detríticas, menos acentuadas, se utilizaron
para el cultivo del tomate. La figura 1,
realizada a comienzos de la década de 1960, muestra la organización del paisaje
previa a la ocupación turística de la zona.
El litoral es
muy accidentado: dominan los acantilados, levemente separados del mar por una
estrecha plataforma de abrasión marina, y tan sólo en la desembocadura de los
barrancos aparecen algunas pequeñas playas, todas de cantos, a excepción de
Patalavaca, que es de arena. Las condiciones climáticas se caracterizan por una
temperatura media anual en torno a los 23,5º C, una precipitación media
inferior a 100 mm anuales, unos 295 días despejados al año y un predominio de
las calmas, tanto del viento como del mar.
Hacia finales
de la década de los sesenta del siglo XX, y tras la entrada de Gran Canaria en
los circuitos del “turismo de masas”, se inicia una ocupación progresiva de los
litorales del sur (municipio de San Bartolomé de Tirajana) y suroeste
(municipio de Mogán) de la isla. De la presión que van a sufrir estos litorales
es un buen ejemplo Patalavaca, que tan sólo contaba con una reducida playa,
pero garantizaba unas buenas condiciones climáticas para el turismo todo el
año. Ya en la década de los setenta (figura 2)
será ocupada por edificios de apartamentos de más de 10 plantas que,
literalmente “empotrados” en los acantilados y sin apenas zonas ajardinadas (figura 3),
indican como, a pesar de la escasa superficie disponible, estas promociones
resultaban muy rentables. Tanto, que la siguiente promoción (en la Punta de la
Verga) opta por un modelo que implica la ampliación de la superficie litoral,
mediante diques y rellenos, así como la creación de una playa artificial y
paseo marítimo. Paralelamente, las laderas adyacentes se ocupan con
edificaciones que colonizan fuertes pendientes (figura 4).
Todo el sistema está conectado a través de una estrecha carretera general que
enlaza con el oeste de la isla; lo que en las décadas siguientes –al
incrementarse el tráfico- generará graves problemas de congestión viaria.
La expansión de
las edificaciones se acelera en las décadas posteriores (ver fotografía aérea
reciente), sobre todo a partir de los años noventa, favorecida por una etapa de
intensa especulación inmobiliaria en toda la isla. En 1998, los estudios
previos del Plan Regional de Infraestructuras Turísticas estiman unas plazas
turísticas que suponen una densidad de 368 plazas por hectárea en Patalavaca, y
de 168 en el sector de Balito-La Verga. Esta masificación ha inducido diversos
problemas ambientales: producción de residuos y vertidos al mar, incremento del
consumo de agua, congestión de viales, etc.
Ya de esta
última época (tan reciente, que todavía el mapa topográfico no la registra) es
la promoción denominada “Anfi del Mar” (figura 5
y figura 6),
situada en la margen derecha de la desembocadura del barranco de la Verga. Iniciada
en la década de los ochenta, y todavía en ejecución, representa un buen
exponente de la capacidad de estas inversiones para crear nuevos paisajes,
donde todo es artificial. Si se comparan las fotografías aéreas, podrá
observarse que una parte del acantilado fue desmontada para obtener superficie
sobre la que instalar apartamentos y zonas de servicios; con el material
obtenido se realizó el muelle deportivo y una “isla” artificial, convertida hoy
en parque; para la playa artificial –y ante la prohibición de extraer arena en
Gran Canaria- se importó este recurso del Caribe.
En definitiva,
salvo el sol y el mar, el resto de los recursos, si no existen: se construyen.
Los dos topónimos Patalavaca –el tradicional- y Anfi del Mar –el
reciente- son un buen indicador de dos culturas, de dos formas de hacer y
entender el territorio, de producir paisaje.
Autora: Emma Pérez-Chacón Espino.
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
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